martes, 27 de mayo de 2008

Sobre la propiedad intelectual

La implantación del canon digital (el pago extra que debe asumir el consumidor al comprar artículos tecnológicos digitales para compensar al artista por las posibles copias privadas que pueda hacer) es un acto de gran injusticia que da por hecho que toda persona que compra un CD o un DVD es un delincuente que menosprecia la propiedad intelectual.

Aún así, he de reconocer que el canon es la única medida eficaz que un Gobierno puede tomar ante la imposibilidad de defender a la propiedad intelectual de sus agresores. Cada vez resulta más difícil, si no imposible, defender los derechos del propietario de una idea o una mercancía artística; con un simple clic, los internautas están acabando con uno de los pilares básicos sobre los que ha progresado la sociedad contemporánea desde hace tres siglos: los derechos de autor.

Comparándolos, los argumentos de los defensores de la propiedad intelectual son bastante más sólidos que los ofrecidos por los autodenominados commons. Utopías como la que propone Michael Bauwens (en inglés) parecen difíciles de realizar: “una organización humana en Red basada en la libre participación de iguales, comprometidos en la producción de recursos comunes, donde la compensación económica no sea una motivación clave”.

Lo siento, pero negar la importancia de la compensación económica y el papel que ésta juega en todo proceso de invención y creación no es más que un acto de infantilismo y demuestra un total desconocimiento de cómo funciona el capitalismo moderno. Como bien señala Javier Cremades, en su libro Micropoder: la fuerza del ciudadano en la era digital ,“las experiencias utópicas que a lo largo de la Historia han intentado abolir el concepto de propiedad han arrojado un resultado desastrosos para el resto de los derechos humanos y para el desarrollo económico de la sociedad”.

Si inventores y artistas no pueden vivir de su obra, es probable que el mundo occidental entre en regresión. Incluso si los commons se ofrecieran a innovar sin cobrar a cambio (cosa que hacen), sus creaciones no serían de la misma calidad porque no tendrían detrás el respaldo económico de grandes multinacionales que apuestan por el I+D+i. Su propuesta es del todo inviable.

Ahora bien, todo esto no quiere decir que tengamos que elegir entre el mundo de los commons y el mundo de los defensores acérrimos de la propiedad intelectual. Ambos pueden convivir, creo, sin problemas. Podemos llegar a un consenso acerca de cuáles son aquellas cosas por las que merece la pena pagar y cuáles son aquellas que podemos producir sin ánimo de lucro en colaboración con los demás.

Lo que no podemos hacer es violar los derechos de propiedad intelectual de ciertos bienes para obtenerlos de manera gratuita. Creedme, a mi también me encantaría ir al supermercado y llenar dos carros sin pagar un duro, o entrar en la Fnac y llevarme cientos de DVD sin pasar por caja. Pero las cosas no se hacen así, entre otras cosas, porque todos (aunque intentemos disfrazarlo bajo sesudos argumentos y nomenclaturas tipo commons o copyleft) sabemos que es injusto.

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